A pesar de ser mayo, el frío sigue entre nosotros. Este año se ha vuelto perezoso y le cuesta emigrar hacia el Norte. Pero se irá.
Esta mañana temprano he salido a caminar por dónde acostumbro. Una mañana fría, con viento y algo lluviosa. Parecía ser otro día más pero algo ha cambiado de rumbo en mi imaginación. Suelo caminar por una zona paralela a un arroyo. Ahora en primavera el verde inunda todo. Los olores se entremezclan y el canto de los pájaros alegra el oído.
Pero hoy, en ese riachuelo, había una mujer lavando la ropa.
Si, si, como hace años hacían la mayor parte de las mujeres de este país. Ahí estaba, vestida de un riguroso luto, con el pelo recogido en un moño y remangada hasta los codos. Arrodillada, metía y sacaba las prendas de vestir en el agua que, intuyo, estaba algo más que fría. Frotando y volviendo a frotar. Remojando y escurriendo. Así hasta terminar con un gran cesto lleno de ropa hasta rebosar.
Yo se que esto se ha hecho toda la vida pero lo se por lo que me ha contado mi madre. A ella también la tocó hacerlo pero, claro está, era otro tiempo y otra forma de vivir.
Hoy, con las lavadoras, las secadoras, las lavasecadoras o las centrifugadoras, la imagen que he presenciado quedó atrás, al menos eso creía yo.
Todo esto ha hecho que me pregunte si el desarrollo, la ciencia y los avances tecnológicos son para todos. O quizás la diferencia radique en que lavar a mano en el río hace que la ropa quede mejor que si lo hacemos en casa con jabón de marsella y suavizante con aroma de mil flores.
¿Y tú cómo lo haces, a mano o a máquina?
viernes, 1 de mayo de 2009
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